Cosas que pasan

La noche del 18 de junio se presenta como tantas otras, el tardío crepúsculo y la negra noche traen consigo, como casi siempre, la visita de Morfeo que se apodera puntualmente de mi conciencia. La noche anterior no ha sido especialmente calurosa pero ésta sí.

Son las 3:00 a.m. y un dulce sueño acuna mis horas de descanso: corro por una verde pradera, cual Laura Ingells en la bucólica serie, vestido con la camiseta de mi equipo favorito, un partido de fútbol se incorpora al sueño y yo soy la figura del partido que bruscamente se ha trasladado a un campo de fútbol sala sin que nadie de los protagonistas del sueño nos extrañe lo más mínimo (para eso es un sueño). De pronto un avión en vuelo rasante quiere ser testigo presencial de tan importante evento, el ruido de sus motores se apodera del Camp Nou (sí, ahora estamos en el Camp Nou) ahogando los gritos de una afición que aclama a su ídolo (que es un menda, carajo, que por algo soy el dueño del sueño), rugen los motores: “zzzzz” “zzzzz” y….

qué coño motores, un mosquito ha invadido el sueño, ha roto la magia del momento y me ha impedido triunfar en el campo del club de mis amores. Ya despierto, noto un intenso picor en mi tobillo derecho, me he rascado en sueños y la cosa no tiene remedio. Otros puntos de mi cuerpo han sido víctimas de la picada del insecto. Al menos me queda el consuelo que con tanta sangre lo más normal es que tenga un empacho de cojones e incluso sea víctima de un más que probable corte de digestión. La primera reacción es taparme totalmente con una sábana para que el bicho no encuentre un resquicio de ataque. La solución es penosa (sólo mi lado perezoso que se negaba a levantarse dudaba de ello) y el problema persiste. Siguiente paso: trato de solucionar el problema de la picazón y recurro primero a la saliva, y luego (vista la ineficacia de la solución, la cual sólo mi lado perezoso confiaba en ella) opto por la colonia Pachulín, reservada para estos casos confiando que el alcohol que contiene calme el prurito. Tercer paso: hacer frente al enemigo. El picor disminuye pero el enemigo aún no está vencido. Voy en busca del sofisticado antimosquitos que compré el año pasado y que inteligentemente guardé en un sitio especial para no perderlo. Je, je, ¡qué listo fui! Pero, ¿cuál era ese sitio especial? Cáspita, no lo recuerdo, el tercer cajón de la mesilla, pues no, la repisa de la librería tras los libros que nunca toco, pues va a ser que tampoco. Me ca… en mi sangre (a ver si enveneno de paso al mosquito), que no me acuerdo donde lo puse. Por suerte el picor ha disminuido gracias a la actuación del inefable Pachulín y mi cerebro, que ya se ha liberado del sopor que el sueño le produce, empieza a reaccionar y me permite encontrar el escondite del antimosquitos en un alarde de perfecto funcionamiento (eso sí, después de buscar en cuarenta sitios distintos).



Enchufo el antimosquitos y abro la puerta de la habitación para que el bicho se vaya bien lejos de mi estancia. Después de una hora consigo volver a conciliar el sueño.

Fin de la noche que cada año se repite al menos una vez.

Así que alerta y al enemigo…….ni sangre

PUTOS MOSQUITOS

Nos vemos

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