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domingo, 2 de septiembre de 2018

Subiendo escalones (o bajando)




Hay momentos que uno se siente viejo de golpe, el legítimo anhelo de la eterna juventud se diluye cual azucarillo.  Las canas ya no son un accidente  sino una señal de tu verdadera posición en la sociedad.  Adviertes entonces que estás fingiendo para disfrazar una realidad imposible de camuflar: el paso del tiempo. Presentas comportamientos que no se ajustan con el carnet de identidad, poco a poco has arrinconado ciertos hábitos que ya  no son de recibo pero mantienes otros que mantienen viva la llama de ese cirio que le pones a veteasaberqué patrón de la eterna juventud, no pretendes ser un Peter Pan pero sí un eterno joven sin advertir que esa excepción que confirma la regla ya está “pillada” (¡¡¡¡maldito Jordi Hurtado!!!!).

Y de todo eso te das cuenta cuando un compañero de generación, inocente él, viendo que estás jugando con el móvil, en vez de prestar atención al aburrido partido de fútbol que tu equipo preferido disputa en la pantalla del bar te suelta:

“¡Quieres dejar de jugar a marcianitos!”

¡Adiós juventud!, ¡hola serena madurez!


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