Cuando alguien siente una admiración especial por un artista en concreto linda, en ocasiones, la barrera de la razón para poder disfrutar de sus actuaciones en vivo. Bruce Springsteen siempre ha sido una referencia musical y ha conseguido que actúe de forma casi adolescente para conseguir las entradas de sus directos. Al no contar con contactos que me ahorren esperas y demás sacrificios he tenido comúnmente que realizar largas colas para hacerme con las valiosas localidades. Anécdotas hay de todos los colores y han sido periódicamente parte de mi cotidianidad.
Tenemos suerte los seguidores del Bruce de poder verle con cierta asiduidad en Barcelona, aún así la expectación ante una futura visita del músico siempre desata pasiones entre la multitud.
Jueves, 2 de mayo de 1996. Las entradas para los dos conciertos acústicos en el teatro Tívoli de Barcelona se ponen a la venta. Son sólo 3.200 entradas para dos conciertos acústicos. Muy pocas entradas (Bruce ha sido capaz en el 2008 de llenar dos Camp Nous: cerca de 180.000 entradas).
La mañana se prevé dura. Nadie sabe dónde se venderán las entradas. A las 9:45 h. se anunciará por la radio en qué lugar, a partir de las 10 h. se podrán adquirir las ansiadas localidades. Aún así la gente desde primera hora de la mañana hace colas en diversos posibles puntos de ventas. Este extraño método de venda pretende eliminar la reventa.
Aparco el coche en un parking cercano. Hemos quedado a las 9:00 h. en la tienda de discos Virgin sita en la confluencia de Gran Vía y Paseo de Gracia. La cola en este lugar ya da la vuelta a la manzana. Nadie sabe nada concreto: los rumores se multiplican, Radio Macuto está a punto de explotar.
Desistimos de unirnos a la cola formada y esperamos a que la radio nos proporcione tan valiosa información. Llega la hora y la sorpresa es evidente: el punto de venta elegido es una tienda de música (Planet Music) que sólo funciona hace un mes. La suerte es que está relativamente cerca de donde nos hallamos (Mallorca esquina Enric Granados), calculo que a un kilómetro de nuestro punto de encuentro.
A partir de aquí la locura colectiva, la histeria general. Una desbandada digna de la escena de los búfalos de Bailando con lobos, sólo que ahora los animales somos nosotros. Los turistas alucinan pepinillos (“estos catalanes están locos”). La zona se colapsa y se llena de motos y coches a los que accede, parece que indiscriminadamente, el personal. Nuestro grupo se dispersa bajo la consigna “nos vemos en Planet Music”, cada uno se busca la vida. Un servidor, bajo los efectos de la estresante situación, observa la multitud que se sube a motos que estaban a la espera de la noticia, no advierto que es posible que piloto y ocupante de la moto ya se conozcan de antes. Opto por seguir esta conducta y me subo a la primera moto que veo que la ocupa un solo ocupante, sin pensar demasiado ocupo el asiento e insto a la chica a que me lleve a Planet Music. Pero hay un fallo: que no conozco a la moza que pilota la moto ni ella tiene le menor intención de seguir mis instrucciones. Un “quita bicho”, o algo muy similar me devuelve al mundo de la racionalidad. Parece que el concierto no es el centro del mundo ni encontraré una solución salvadora de esta índole como lo hacen los detectives en las pelis de cine negro.
Segundos de angustia me invaden: bajo de la moto ante la invitación de la conductora (“quita bicho”). Busco taxis cercanos pero la tarea es imposible, el colapso es total, sólo las motos pueden avanzar ante tal caos (“quita bicho”). Una lucecita se enciende y veo la única solución de avanzar ante tan tumultuosa situación: mis propias piernas se encargarán de transportarme a la tierra de promisión que en mi caso es una tienda de discos ubicada a mil metros (más o menos) de donde estoy.
Dicho (pensado) y hecho. Me dispongo a batir el récord mundial de mil metros espoleado por la posibilidad de adquirir la entrada.
Pongo pies en polvorosa.
Un constante “quita bicho” se repite en mi mente mientras mis piernas corren, que digo corren, vuelan, hacia la calle Mallorca esquina Enric Granados.
Continuará
¿Quita bicho?así te dijo?...sabes qué?estoy deseando que saques la segunda parte para enterarme de si llegaste antes que ella...jijijijijiji
ResponderEliminarPiennnas!Piennnas!!!
En el 96...serías casi un pipiolillo,no?
Achuchones!!!
En Madrid hicieron lo mismo en esa gira. Y también fue una verdadera sorpresa el sitio elegido: el Hard Rock del paseo de la Castellana. Menos mla que la oficina donde trabajaba esta cerca de esa esquina y pude bajar disparado para pillar mis entradas. Eso fue suerte :)
ResponderEliminarNos toman el pelo... nos enganchan y nos toman el pelo, pero tragamos, porque la música es GRANDE, y este señor más. Suerte!!!!
ResponderEliminarIndia: es que vete a saber donde iba la buena moza, que el concierto no era lo único que pasaba en Barcelona. Yo creo que iría tranquilamente a trabajan. Pues sí, era un pipiolo pero no lo suficiente para que un km. de carreras (ya lo leerás) no me dejara hecho un cromo.
ResponderEliminarUn abrazo
No surrender: es que ni la tienda misma sabía que iban a vender entradas hasta media hora antes. Fue un desastre. Y eso que teníamos un cuartel de policia enfrente de la tienda. Te invito el domingo que viene a leer la continuación y si hubo final feliz o no.
ResponderEliminarSAlud
Vir: es de las pocas cosas que no me sabe mal gastarme la pasta, y eso que se pasan con precios de entradas, discos, recopilaciones, piratas. Pero mira, no lo puedo evitar.
ResponderEliminarSaludos
Jajaja... es la anécdota de compra de entradas más tremenda (ya lo habiamos hablado, pero no deja de sorprenderme la situación, por veces que la oiga)... Aún recuerdo verme haciendo cola en el Gong Discos para pillarte entradas!!! Jajaja... a ver si vuelve pronto!!!
ResponderEliminarUn abrazo!!! (aún voy liado, pero ya queda poco)
Crespín, qué contarte que no sepas, y que conste que en Gogn Discos apenas hiciste un par de horas.
ResponderEliminarApa, ens veiem