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En los últimos tiempos los sistemas de higiene en la elaboración y manipulación de alimentos y derivados han experimentado una mejora notable. Tanto es así que en ocasiones las normativas y reglamentaciones de sanidad tienden a pecar por exceso de pulcritud llevando la higiene hasta extremos que nunca hubiéramos imaginado décadas anteriores.
Algunas de estas medidas son exageradas pero las aceptamos y respetamos los involucrados en ellas por aquello de que “más vale que sobre que falte”, mejor el exceso que el defecto de limpieza.
En el presente estado de las cosas no entiendo la pervivencia del actual sistema de obertura y consumo de las latas de refresco que todos conocemos. Antiguamente la obertura implicaba la separación de la anilla y lengüeta de aluminio del conjunto de la parte superior del refresco. Cosa que los críos aprovechábamos para convertir las anillas en espléndidos proyectiles voladores accionados por la lengüeta que actuaba de palanca para el lanzamiento de nuestro particular Ovni en forma de anilla redonda. El sistema se abolió, deduzco, por el peligro que entrañaba una lengüeta cortante y de poco tamaño en manos de niños de corta edad que podían llegar a tragársela, cortarse,…
Así llegamos al sistema actual en el que la anilla en la obertura se queda adherida a la parte superior de la lata y la lengüeta que antes nos quedábamos en las manos ahora se introduce en el hueco que hemos creado al accionar el sistema de obertura en la parte interior de la lata. Supongo que no me explico bien pero todos sabemos el resultado de la acción de abrir una lata de refrescos.
El proveedor sirve el producto en packs de 24 latas protegidas por un envoltorio de plástico retráctil que preserva el producto de la suciedad pero nadie nos garantiza que el almacenaje por parte de tendero, pongamos por caso, se haga en tales condiciones. Por comodidad es posible que el tendero, o dueño del bar, o quien sea, retire ese envoltorio de plástico y deje la parte superior de las latas a la buena merced de agentes nocivos tales como polvo, excrementos de animales que puedan campar por el almacén,…
El último paso pudiera ser la ingestión final del refresco con todos estos agentes nocivos. La parte de la lengüeta que nadie nos garantiza que esté perfectamente limpia se introduce en el interior de la lata al abrirla y contacta con el líquido que vamos a tomarnos.
Una simple tapa de plástico que encajara en la parte superior de la lata garantizaría la plena pulcritud del envase y del líquido que ingerimos, sería algo parecido al precinto de plástico que preserva el tapón de las botellas de agua, por ejemplo.
Las soluciones son sencillas, y económicas y no comprendo cómo no se ponen en práctica. No hace falta en ningún caso una revolución total del sistema de fabricación de las latas y relleno de las mismas.
Acaso pueda parecer un poco tiquismiquis con esta reflexión pero es como veo el estado de la cuestión y más considerando la excesiva meticulosidad legislativa que rodea el tema de la higiene últimamente.
He dicho (y que conste que no soy nada maniático para estas cosas, que consumo y seguiré consumiendo latas de refresco)