Hoy es el día de la Hispanidad. Para muchos un día de fiesta sin mas, para otros un día donde la máxima aspiración es conocer si la cabra de la legión desfila en línea recta o zigzaguea erraticamente. Algunos, muchos en mi opinión, pero escondidos en el armário , toman el momento para manifestar sus mas bajos instintos, en aras de un imperio perdido, rememorando lo que antaño fué el día de la raza, de infausto recuerdo. No me extenderé, sinó que voy a transcribir un hecho, una situación acaecida hace a día de hoy 73 años entre el intelectual Miguel de Unamuno y el fundador del cuerpo de "La Legión", esos de la cabra que a algunos les hace tanta gràcia, Sr. Millán-Astray. Acompañan en la escena el académico, (falangista convencido) D. Francisco Maldonado, el Obispo de Salamanca D. Enrique Plá y Daniel, D. José María Peman (pensador y poeta marcadamente pro-franquista) y el gobernador Civil de Salamanca, que no es otra que Dña. Carmen Polo-Martínez Valdés (esposa del Caudillo, todo queda en casa como en todas las dictaduras).
El lugar ; Paraninfo de la Univesidad de Salamánca a 12 de Octubre de 1936.
Cabe resaltar para mas de un desinformado, que Miguel de Unamuno, que en un principio apoyó el alzamiento, ante la barbárie que supusieron los acontecimientos previos al mismo, debido al desgobierno creciente de la II República, solamente unos meses después fué consciente de su error, y para muestra su actitud descrita en este episodio que hoy nos ocupa y que se transcribe tal cual del libro "La Guerra Civil Española", obra del reconocido Hispanista inglés Hugh Thomas.
Dice así:
"El profesor Francisco Maldonado, pronuncia un discurso en que ataca violentamente a Cataluña y al País Vasco, calificando a estas regiones como “cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos. “
Alguien grita entonces, desde algún lugar del paraninfo, el famoso lema “¡Viva la muerte!”. Millán-Astray responde con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: “¡España …”; “.. una!”, responden los asistentes. (Algunos jóvenes estudiantes falangistas (según otros carlistas) intentan enmendar el viva la muerte con vivas a Cristo Rey y a la paz misericordiosa (…) pero son apagados por los ensordecedores gritos de ritual semirracionales y acaban siguiéndolos). - “¡España …”, vuelve a exclamar Millán-Astray; “.. grande!”, replica el auditorio. - “¡España …”, finaliza el general; “… libre!”, concluyen los congregados. Después un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hacen el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared. Miguel de Unamuno, que presidía la mesa, se levanta lentamente y dice: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes.
Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo , dice Unamuno señalando al arzobispo de Salamanca-, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito “¡Viva la muerte!” y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.”
En ese momento Millán-Astray exclama irritado “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”, aclamado por los asistentes. El escritor José María Pemán, en un intento de calmar los ánimos, aclara: “¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!”. Miguel de Unamuno, sin amedrentarse, continúa: “Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.”
Alguien grita entonces, desde algún lugar del paraninfo, el famoso lema “¡Viva la muerte!”. Millán-Astray responde con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: “¡España …”; “.. una!”, responden los asistentes. (Algunos jóvenes estudiantes falangistas (según otros carlistas) intentan enmendar el viva la muerte con vivas a Cristo Rey y a la paz misericordiosa (…) pero son apagados por los ensordecedores gritos de ritual semirracionales y acaban siguiéndolos). - “¡España …”, vuelve a exclamar Millán-Astray; “.. grande!”, replica el auditorio. - “¡España …”, finaliza el general; “… libre!”, concluyen los congregados. Después un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hacen el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared. Miguel de Unamuno, que presidía la mesa, se levanta lentamente y dice: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes.
Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo , dice Unamuno señalando al arzobispo de Salamanca-, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito “¡Viva la muerte!” y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.”
En ese momento Millán-Astray exclama irritado “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”, aclamado por los asistentes. El escritor José María Pemán, en un intento de calmar los ánimos, aclara: “¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!”. Miguel de Unamuno, sin amedrentarse, continúa: “Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.”
A continuación, los soldados al mando de Millán-Astray prendieron de forma espontánea a Unamuno; pero se libró gracias a la intervención de Carmen Polo de Franco, quien agarrándose a su brazo lo acompañó hasta su domicilio".
Unamuno murió unos meses después en su casa de Salamanca, hay quien dice que de puro hastío e impoténcia ante la situación que le toco vivir, tanto a el, como a su amado país.
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