La educación tiene más facetas de las que nos imaginamos y de las que no siempre hemos sido informados. Nos han enseñado a saludar, a no escupir, a no expulsar ventosidades anales, a no eructar en público, a saludar a conocidos, a no comer con las manos,…
Son reglas establecidas que respetamos, unas fruto de la lógica más aplastante basada en el respeto a los demás y otras simplemente de índole cultural.
Pero hay unos parámetros más sutiles que pasan desapercibidos y que la gente no repara en ellos. La distancia idónea a guardar entre dos personas en función del grado de confianza de ambas o la “educación acústica” son dos ejemplos claro de ellos.
Nadie me ha enseñado qué distancia he de guardar ante un desconocido al que me quiera dirigir. No se me ocurriría, no obstante, consultar sobre una dirección que ignoro en plena calle a dos dedos de la cara de mi desconocido interlocutor. Tal distancia irá disminuyendo en función de la intimidad y confianza que tenga con la persona a tratar.
Es de perogrullo y normalmente la gente sabe cómo actuar al respecto sin haber sido especialmente adiestrada al respecto. Consideraría una ofensa que para venderme un paquete de tabaco el tendero me indicara el precio a dos dedos de mis morros.
En cambio es más corriente ver cómo se viola el nivel de decibelios normales cuando dos personas conocidas hablan entre sí en un lugar público. Considero de mala educación que dos personas entablen una conversación, en un transporte público, por ejemplo, en un tono más alto del adecuado. De acuerdo que si estás a poca distancia de ellos te enteres de lo que hablan, es inevitable aunque su tono sea el adecuado. Pero de ahí a que se entere medio vagón de metro si no ofensivo sí lo considero una falta de respeto hacia los demás. Es difícil establecer unas reglas de actuación al respecto y la forma de actuar se basará en la lógica personal de cada uno. Cuántas veces hemos ido a la playa o a la piscina y ha venido el típico grupo de amigos con su aparato de música a todo volumen. No digo que no puedan escuchar música sin auriculares, ni que no llegue ella a mis oídos pero sí deberían regular el volumen a un nivel razonable.
Me satisface y me relaja leer mientras desayuno en el bar. Son treinta minutos de solaz que ayudan a pasar el día más relajado. Repito el local y más o menos la clientela es la misma día tras día. Es un lugar público y la gente habla, el murmullo que se genera de tales conversaciones “unitonales” es un elemento óptimo que permite concentrarme con plenitud en la lectura. Pero a veces ese murmullo se ve roto por la conversación de alguna mesa más o menos próxima hasta el punto que perturba tal concentración. Las más de las veces es un problema personal, soy incapaz de abstraerme en la lectura hasta el punto de que esas pláticas que llegan a mis oídos no alteren la concentración precisa para la lectura. Pero en otras ocasiones la culpa es atribuible a quien altera tal equilibrio. Hay gente que entra en un bar y se ponen a berrear haciendo partícipes forzados de sus historias al resto del local que no tiene por qué enterarse de tales vicisitudes. Esa mesa de señoras sentadas en la otra punta del bar que vuelven del mercado comentando el programa del corazón del día anterior y que hablan demasiado alto (parece que quien más grita es quien tiene razón) me ofenden tanto como si se pusieran a eructar o a tirarse pedos. Pero parece que socialmente ni estamos preparados para actuar de otro modo ni tal actitud es tan condenable como aquí indico.
En fin igual son paranoias personales pero si no lo suelto reviento (y que conste que soy consciente de las múltiples excepciones que se pueden dar a esta "regla", véase bares de pueblo donde todos se conocen, cuando se está viendo un partido de fútbol,...).
Hasta otra
Son reglas establecidas que respetamos, unas fruto de la lógica más aplastante basada en el respeto a los demás y otras simplemente de índole cultural.
Pero hay unos parámetros más sutiles que pasan desapercibidos y que la gente no repara en ellos. La distancia idónea a guardar entre dos personas en función del grado de confianza de ambas o la “educación acústica” son dos ejemplos claro de ellos.
Nadie me ha enseñado qué distancia he de guardar ante un desconocido al que me quiera dirigir. No se me ocurriría, no obstante, consultar sobre una dirección que ignoro en plena calle a dos dedos de la cara de mi desconocido interlocutor. Tal distancia irá disminuyendo en función de la intimidad y confianza que tenga con la persona a tratar.
Es de perogrullo y normalmente la gente sabe cómo actuar al respecto sin haber sido especialmente adiestrada al respecto. Consideraría una ofensa que para venderme un paquete de tabaco el tendero me indicara el precio a dos dedos de mis morros.
En cambio es más corriente ver cómo se viola el nivel de decibelios normales cuando dos personas conocidas hablan entre sí en un lugar público. Considero de mala educación que dos personas entablen una conversación, en un transporte público, por ejemplo, en un tono más alto del adecuado. De acuerdo que si estás a poca distancia de ellos te enteres de lo que hablan, es inevitable aunque su tono sea el adecuado. Pero de ahí a que se entere medio vagón de metro si no ofensivo sí lo considero una falta de respeto hacia los demás. Es difícil establecer unas reglas de actuación al respecto y la forma de actuar se basará en la lógica personal de cada uno. Cuántas veces hemos ido a la playa o a la piscina y ha venido el típico grupo de amigos con su aparato de música a todo volumen. No digo que no puedan escuchar música sin auriculares, ni que no llegue ella a mis oídos pero sí deberían regular el volumen a un nivel razonable.
Me satisface y me relaja leer mientras desayuno en el bar. Son treinta minutos de solaz que ayudan a pasar el día más relajado. Repito el local y más o menos la clientela es la misma día tras día. Es un lugar público y la gente habla, el murmullo que se genera de tales conversaciones “unitonales” es un elemento óptimo que permite concentrarme con plenitud en la lectura. Pero a veces ese murmullo se ve roto por la conversación de alguna mesa más o menos próxima hasta el punto que perturba tal concentración. Las más de las veces es un problema personal, soy incapaz de abstraerme en la lectura hasta el punto de que esas pláticas que llegan a mis oídos no alteren la concentración precisa para la lectura. Pero en otras ocasiones la culpa es atribuible a quien altera tal equilibrio. Hay gente que entra en un bar y se ponen a berrear haciendo partícipes forzados de sus historias al resto del local que no tiene por qué enterarse de tales vicisitudes. Esa mesa de señoras sentadas en la otra punta del bar que vuelven del mercado comentando el programa del corazón del día anterior y que hablan demasiado alto (parece que quien más grita es quien tiene razón) me ofenden tanto como si se pusieran a eructar o a tirarse pedos. Pero parece que socialmente ni estamos preparados para actuar de otro modo ni tal actitud es tan condenable como aquí indico.
En fin igual son paranoias personales pero si no lo suelto reviento (y que conste que soy consciente de las múltiples excepciones que se pueden dar a esta "regla", véase bares de pueblo donde todos se conocen, cuando se está viendo un partido de fútbol,...).
Hasta otra
Pues vamos a quedar los dos de paranóicos, porque a mí también me molesta esa gente que habla dos tonos por encima de lo normal y te obliga a enterarte de su conversación quieras o no. Es uno de los motivos por los que no me concentro para leer en el autobús ni en ningún bar. En general me perturban bastante los ruidos altos, la música alta, los claxon de los coches, la gente gritando... Creo que en un futuro tendré que irme a vivir al campo :D
ResponderEliminarsaluditos!
Hombre, quizá tanto como si de eructar o tirarse pedos se tratara no, pero el hecho es que molesta mucho. Lo peor son los bares que desde por la mañana tienen la música altísima, para eso casi prefiero el ruido de la calle. Un saludo.
ResponderEliminarLillu, conozco a gente que puedes estar hablando a su lado y se abstraen lo suficiente para concentrarse totalmente en la lectura. A mí no me pasa, será que tengo escasa capacidad de concentración, o los otros mucha, no sé
ResponderEliminarSaludos
Arkadas de Hipokresia: la música en los bares "normales" si se da debiera ser en plan hilo musical, para soterrar un poco las voces de los clientes. En otro caso también yo la considero "ofensiva"
ResponderEliminarUn saludo
Tengo buena capacidad para olvidarme de lo que está alrededor cuando leo, pero me molesta la gente que grita, como si aumentando el volumen de su voz les diera más autoridad.
ResponderEliminarY el desayuno quiero tranquilidad total.
Es que esto es la pescadilla que se muerde la cola...si los de la mesa de al lado están charlando a unos niveles que son para echarles de comer a parte, tú terminas subiendo tambien el tono para que tu compañero te oiga....o eso, o aprendemos todos el lenguaje de signos...
ResponderEliminarpor cierto, yo lo que no soporto son las personas que van "compartiendo" la musica del movil por todas partes...
welzen, admiro tu capacidad de concentrarte en la lectura sin que nada te afecte. No es mi caso.
ResponderEliminarGracias por la visita, un saludo
Nunu, cierto es que tendemos poco a poco en las conversación tipo "tertulia" a alzar paulatinamente la voz hasta llegar casi a berrear, ¿será inevitable?
ResponderEliminarUnn abrazo