Debe ser la nostalgia de las vacaciones ya terminadas (solo hace dos días... snif...), me volvería ahora mismo a Escocia para poder seguir viviendo en un sueño...
Y es que hacía muchos años (muchísimos) que tenía ganas de visitar el país celta... Me pirra la cultura y los paisajes de las islas británicas (e Irlanda, por supuesto), y una vez cumplido mi sueño de visitar Dublín (hace dos años) e Inglaterra (hace cinco años) tenía una cuenta pendiente con Escocia.
Que puedo decir... Viajar a Escocia es como coger una máquina del tiempo y plantarse en la Edad Media. Todo allí tiene un encanto de antiguedad conservada, eso sí, con mucho criterio y cariño.
Castillos, palacetes, estatuas, museos... todo piedra. Parece que en Escocia no hayan descubierto aún el ladrillo o el cemento para edificar (y eso es bueno, creedme). Todo es piedra, ya sea el suelo, las casas...
Tres días en Edimburgo me sirvieron para descubrir una de las ciudades más bellas del globo, con su gente (educados y simpáticos donde los hayan), sus tabernas (no me gusta el whisky, pero abusé de su cerveza Tennent's...), su castillo imponente, sus jardines, su puerto y sus callejuelas que parecen sacadas de un libro de historia. Todo parece hablar de siglos y siglos de vida (mejor o peor).
Que carajo!!! Si hasta el verde de Escocia parece tener una tonalidad diferente, con una vida inusual en nuestra península (cuidado, que no estoy criticando casa nuestra, pero es diferente al fin y al cabo).
El cielo, con sus siempre presente nubes, está acorde con sus edificios de piedra, dando un tono gris que pone un excelente contraste al verde de sus llanuras y montañas.
Una delicia pasear, ya sea por los adoquines, ya sea por la hierba.
La guinda del pastel la puso una escapada de un día a Stirling para poder ver su impresionante castillo y los escenarios de las batallas más famosas de aquellas tierras.
Ya hablé en su día de la Batalla de Stirling Bridge (11 de septiembre de 1297), con William Wallace (inmortalizado por Mel Gibson en "Braveheart", pese a que no aparece en ningún momento el puente clave de la batalla) a la cabeza de los revolucionados escoceses.
Pude pasearme por el puente (ver foto), viendo el escenario de una auténtica carnicería (eran tiempos difíciles).
Y también pude ver el monumento a William Wallace y ver Bannockburn, escenario en los días 23 y 24 de junio de 1314, de la victoria decisiva de Robert Bruce sobre los ingleses que llevó a Escocia a su independencia.
Una gozada, en definitiva, ver sus paisajes y conocer a sus pobladores... Dejándome un gusanillo de volver (que volveré) durante más días, para poder visitar las Highlands y las islas escocesas.
Y ya de vuelta, un kilt (la famosa faldilla escocesa) deja constancia de mi paso por Escocia...